¿Dar gritos e impartir órdenes categóricas en plan militar se ha vuelto el modo más usado en el día a día de tu hogar para lograr que tus hijos colaboren en los quehaceres de la casa? Seguramente es efectivo, pues logra que hagan lo que se les manda. La pregunta que me surge es: “¿Lo harán como un acto de amor o más bien para sacarse de encima al adulto pesado?”
Quiero compartirte algunos medios que podrías poner en práctica para propiciar que tus hijos colaboren en casa sin que sufra vuestro vínculo afectivo. No son una pócima mágica, pero si tienes paciencia y los aplicas, comenzarán a dar resultados poco a poco.
1- Describe lo que ves
La información es mucho más fácil de aceptar que la acusación. Piensa en ti mismo: cuando te sientes acusado y sacan a relucir tus defectos, es difícil que actúes de buena gana. Si a los hijos les das la información precisa, lo más seguro es que ellos sepan automáticamente qué hacer.
Ejemplo:
En lugar de decir/gritar:
«¡Limpia la mancha del sofá que habéis hecho al poner los zapatos encima!»
Puedes decir simplemente:
«Hay una mancha de zapatos en el sofá. Si no se limpia rápido, será muy difícil que salga»
Así estás dando la oportunidad a tu hijo de entender el problema por sí mismo y pensar lo que hay que hacer. Puede ser que no haga nada (¡paciencia!), pero también puede suceder que, por iniciativa propia, sin que se lo pidas ni le des indicaciones, se levante, vaya por un trapo húmedo y limpie la mancha.
¡Ojo aquí!: Es más efectivo usar este método cuando él no ha hecho algo malo. Si escogemos una situación equivocada, puede ser que tome el comentario como “indirecta” y respondan mal.
Lo que se busca es que experimente que tú necesitas de su ayuda, no que le estás criticando veladamente por un error. En el fondo, estás conectando con ese resorte interior que todos tenemos: “yo puedo aportar algo aquí, por eso me siento valioso”.
2- Un “gracias” puede más que mil órdenes
Si tu hijo colabora en algo (por ejemplo, limpia la mancha del sofá), reconóceselo y dale explícitamente las gracias. Él verá que te has fijado en lo bueno que ha hecho. No sólo se sentirá valioso, sino valorado. El experimentar tu gratitud gatillará en su corazón el deseo de repetir el mismo comportamiento que ha generado la declaración del “gracias”.
Alguno puede pensar “¿por qué le voy a dar las gracias, si lo que ha hecho es solo su deber?”. Oye, ¿a ti no te gusta que te agradezcan en el trabajo, aunque solo cumplas tu deber? Pues eso…
Por cierto, expresiones como “por favor” pueden resultar también muy efectivas, porque es conectar con la bondad que todos tenemos dentro.
3- Comenta tus propios sentimientos
Habla desde lo que sientes. Así serás honesto sin necesidad de herir a tu hijo. En lugar de decir «¡no seas latoso!», puedes decir «me siento molesto cuando me gritas». Con la primera frase tu hijo se siente etiquetado, y probablemente entrará en una actitud defensiva. Con la segunda, no siente que le estás atacando, porque hablas de ti. Le estás abriendo la puerta de la empatía, y quizás te sorprende y opta por atravesarla.
4- Expresa de modo sucinto lo que quieres decir
A los niños les disgustan los discursos, los sermoneos y las explicaciones largas. Tienen muy poca tolerancia a ello. En este caso, “menos es más”. Así, en lugar de dar un sermón sobre la importancia de la limpieza en este mundo, puedes decir simplemente «me cansa mucho recoger la ropa del suelo».
5- Escribe una nota
También puedes recurrir a una forma original y cómica de decirle las cosas. Por ejemplo, dejarle por sorpresa una nota en su escritorio que dice: «Me han dejado abandonado en el sofá y tengo miedo de perderme. Firmado: tu pijama».
6- Evita, en la medida de lo posible, esto:
Basta que pienses en cómo te sentirías tú si te hablaran así. Nunca tomamos esto de buen grado y genera en nosotros rechazo. En muchas de estas frases que leerás a continuación hay una parte de razón. Sin embargo, el que tengamos la razón no es lo suficientemente motivante para nuestros hijos. Por tanto, evita:
- Amenazas: «Como vuelvas a tocar esto te quedas un mes sin la play»
- Órdenes: «¡Pon la mesa!»
- Acusaciones: «Como nunca me escuchas, siempre rompes las cosas»
- Insultos: «¡Eres un marrano; mira cómo has dejado esto!»
- Sermones moralizantes: «No hagas a los demás lo que no quieres que hagan contigo»
- Advertencias: «No te subas», «Cuidado», «Te vas a quemar», etc., y luego el mítico «Te lo dije»
- Victimismo: «Si me enfermo, será culpa vuestra. Me estáis matando»
- Comparaciones: «Tu hermano es mucho más obediente que tú»
- Sarcasmos-ironías: «¿Esto lo has escrito tú? Pensaba que lo había hecho un niño de 3 años»
- Profecías: «Si no me haces caso, en 10 años vas a estar pidiendo limosna en la calle»
Poner en práctica estos medios puede ser arduo y es fácil dejarse llevar por la tentación de volver al camino de los gritos que, a fin de cuentas, dan un resultado inmediato. Pero piensa que, en la educación, la línea recta no es necesariamente el camino más corto.
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